... El Maestro de la
Realidad me guiaba a sanar aquella demencia ilusoria pues, desde una percepción
sana mi padre siempre había estado allí cuando le llamaba, cuando le necesitaba
tanto económica como emocionalmente; eso sí, sobre todo cuando ya empecé a
tener familia. Era yo mismo el que me ponía la máscara huidiza para no dar
explicaciones mientras en mi interior urdía mis planes para poder obtener un
reconocimiento que ya tenía pero esa falsa Ilusión no me dejaba contemplar.
Incluso el Maestro de la Realidad me proponía que reflexionase respecto a
determinados patrones repetitivos en mi experiencia de vida, que más o menos se
componían de los siguientes procesos: pienso que no soy reconocido por él,
luchaba, me buscaba las castañas y así obtenía reconocimiento temporal por su parte;
después iba decayendo y volviendo a periodos de escasez, pedía su ayuda y
volvía a salir del bache; una vez más
salir del pozo, así mi herida
obtenía alivio ya que mi padre, me enviaba
mensajes de ánimo y de credibilidad en mis capacidades de resistencia ante las
adversidades.
Nuestro ego se
encarga de que no percibamos esas heridas, pero ¿por qué lo hace? La respuesta
está en nosotros mismos; en el miedo que nos da el dolor y el sufrimiento de
“resentir” esas experiencias que, y aquí está la clave, hemos generado nosotros
mismos.
La ley del espejo
nos recuerda que las personas que nos rechazan están ante nosotros para
recordarnos que somos nosotros mismos los que nos rechazamos.
Pese al dolor de
enfrentarme a mis propios errores, a mis propios Miedos, lo que realmente me
motivaba a continuar en aquel “Hall privado de los Horrores”, era la Fe y la firme creencia de que todas
aquellas ayudas que iba recibiendo por parte del Maestro de la Realidad, me invitaban a confiar en la llegada de un
momento feliz de sanación: Mi deseo de no seguir viviendo así, pensando,
sintiendo y comportándome de esa manera repetitiva.
Comenzaba a ver luz
al final del túnel.
Durante la travesía iba rodeado de Mensajeros coordinados
por el Maestro de la Realidad. Sentía que cuando alguno de esos recuerdos me
noqueaba, me hacían caer o hincar las rodillas, ellos estaban ahí para ayudarme
a levantar, revisar los efectos y continuar el camino mediante la sanación o
limpieza de todos aquellos bloqueos, aquellas ilusiones engañosas.
Unos guías
hacia mi verdadera esencia, la que me
haría sentirme tal y como me merezco por ser parte de la Divinidad creadora, de
la Fuente amorosa que lo orquesta todo, que lo envuelve todo.
El Maestro de la Realidad empezaba a susurrarme de nuevo una palabra, un concepto clave que ya había aparecido anteriormente pero que no había asimilado convenientemente: El Perdón
(Extracto del capítulo VII del Libro "El Maestro de la Realidad")
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