Emoción
La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una dirección a nuestras emociones, y éstas inyectan vida en la imagen producida por nuestros pensamientos.
Las tradiciones antiguas sugieren que somos capaces de tener dos emociones primarias. Quizá para ser más exactos, podríamos decir que a lo largo de nuestras vidas experimentamos varias condiciones que se resuelven en una sola emoción. El amor es un extremo de esas condiciones. Cualquier cosa que creamos que se opone al amor es el segundo extremo, con frecuencia definido como miedo. La calidad de nuestra emoción determina cómo se expresará esta. La emoción, unas veces fluyendo y otras alojada en los tejidos de nuestro cuerpo, está íntimamente relacionada con el deseo, que es la fuerza que conduce a nuestra imaginación a una resolución.
Pensamiento
El pensamiento se puede considerar como el sistema de guía que dirige nuestra emoción. La imagen o la idea creada por nuestro pensamiento es la que determina hacia dónde se dirige nuestra atención o emoción. El pensamiento está íntimamente relacionado con la imaginación. Sorprendentemente, para muchas personas, el pensamiento por sí solo no tiene mucha energía; es sólo una posibilidad sin energía que le dé vida. Es la belleza del pensamiento puro. Ante la ausencia de emoción, no hay poder que pueda hacer realidad nuestros pensamientos. Nuestro don del pensamiento carente de emoción es el que nos permite modelar y simular las posibilidades de la vida sin riesgo, sin crear temor o caos en nuestras vidas. Es sólo con nuestro amor o miedo hacia los objetos de nuestros pensamientos como infundimos vida a las creaciones de nuestra imaginación.
Sentimiento
El sentimiento sólo puede existir cuando hay pensamiento y emoción, puesto que representa la unión de los dos. Cuando sentimos, estamos experimentando el deseo de nuestra emoción fusionada con la imaginación de nuestros pensamientos. El sentimiento es la clave de la oración, al igual que nuestro mundo de los sentimientos lo es para la creación. Cuando atraemos o repelemos a otras personas, situaciones y condiciones que encontramos en nuestra experiencia, quizá deberíamos observar nuestros sentimientos para comprender la razón.
Por definición, para tener un sentimiento, en primer lugar hemos de tener un pensamiento y una emoción. El reto para desarrollar nuestro nivel más elevado de dominio personal es reconocer qué pensamientos y emociones representan nuestros sentimientos.
De estas simples y hasta quizá demasiado simplificadas definiciones, es evidente por qué es imposible «pensar sin más» en experiencias aterradoras y dolorosas. El pensamiento sólo es un componente de nuestra experiencia, «ver» en nuestra mente los posibles resultados. El dolor, sin embargo, es un sentimiento, el producto de nuestro pensamiento alimentado por el amor o el odio hacia lo que nuestra mente cree que ha ocurrido. Los maestros esenios, con esta fórmula, nos invitan a sanar los recuerdos de nuestras experiencias más dolorosas cambiando la emoción de la propia experiencia.
Como antigua base para el axioma moderno «la energía sigue a la atención», una parábola concisa del perdido Evangelio Q describe este concepto: «Quien quiera proteger su vida, acabará perdiéndola». Estas engañosas y breves palabras explican por qué a veces atraemos a nuestras vidas experiencias que son las últimas que habríamos deseado tener. En este ejemplo, mientras nos preparamos y defendemos contra todas las posibilidades y situaciones en las que podríamos perder nuestras vidas, el modelo sugiere que en realidad estamos llevando la atención a esa misma experiencia que estamos intentando evitar. Al no querer, creamos la condición que permite que suceda. En lugar de centrar nuestra atención en lo que no queremos, es mucho mejor identificamos con lo que queremos traer a nuestras vidas y vivir con esa perspectiva. Justamente las afirmaciones proporcionan un maravilloso ejemplo de este principio.
Últimamente, las afirmaciones se han hecho muy populares entre los seguidores de algunas enseñanzas esotéricas y espirituales. En estas tradiciones se sugiere que al afirmar, muchas veces al día, las cosas que elegimos experimentar en nuestra vida, estas llegan a suceder. En general, cuanto menos complicada sea la afirmación, más claro será el efecto. las palabras de nuestras afirmaciones con frecuencia reflejan un deseo de cambio en la vida, como por ejemplo: «Mi pareja perfecta se está manifestando para mí en este momento» o «Estoy desbordante ahora y en todas las manifestaciones futuras».
Conozco personas que llevan sus afirmaciones hasta el grado de convertirlas en una disciplina formal. Empiezan a prepararse en el aseo con notas pegadas alrededor del espejo, recordándose las afirmaciones. Cuando cogen el coche para ir al trabajo por la mañana, pegan las notas en el salpicadero y se las cuelgan en los retrovisores. En el trabajo en su despacho las pegan en la mesa, en el tablón de notas y en la pantalla del ordenador; cada nota es como un recordatorio de esas cosas que han elegido cambiar o traer a sus vidas.
Es evidente que a algunas personas las afirmaciones les han abierto poderosas puertas. Por primera vez, las personas han empezado a sentirse dueñas y responsables de las cosas que les pasan en la vida. A algunas personas las afirmaciones les han funcionado; sin embargo, a otras muchas no. Tras meses de innumerables repeticiones de recordatorios creativos sin resultado alguno, sencillamente han dejado de repetir las afirmaciones. Nuestro antiguo modelo de pensamiento, emoción y sentimiento podría ayudar a esas personas a comprender lo que ha sucedido o lo que no ha sucedido.
Extraído del libro El Efecto Isaías – Gregg Braden.
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