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Blog del eBook El Maestro de la Realidad

sábado, 18 de noviembre de 2017

NUESTRAS CÁRCELES IMAGINARIAS



Ordinariamente, resulta más fácil romper las paredes de cemento que las de tu mente. Es que el hombre no quiere salir de la cárcel porque prefiere lo conocido al cambio. Le es más cómodo hacer lo acostumbrado.

Tu miedo brota de la manera que tienes de ver las cosas y de las consignas de tu mente. Analiza sinceramente, sosegadamente, cuáles son tus cárceles imaginarias y el porqué de tus miedos. Cuestiónalo todo y saca la realidad que hay detrás de los cuestionamientos. El día en que sientas el vacío de quedarte sin nada a qué agarrarte, ¡buena señal! Entonces ya puedes comenzar a construir con realidad.

Las fronteras sólo estaban en tu mente, como las fronteras que querían que yo viese desde el avión. Eso es querer fragmentar la realidad, y la realidad es global, es unidad. En cuanto me creo indio, inglés, catalán, vasco o castellano, soy un producto de mi cultura, y como tal pienso y actúo como una máquina, como un robot. Hay que ver y obrar por propia visión y libre albedrío. ¿Es que el fin justifica los medios? La realidad no conoce fronteras y la naturaleza tampoco. Tu esencia, tu ser, no es ser español, ni catalán, ni francés. Entre tú y el otro tampoco hay fronteras, porque ambos pertenecéis a la unidad. Lo que ocurre es que, de no tener palabras, no habría cosas; por eso, la realidad se capta mejor en el silencio. Se capta fluida, en movimiento.

Estúdiate a ti mismo y estudia las reacciones que se disparan en ti ante las cosas.

Ver las cosas y las personas sin nombre, sin conceptos, tal como son en cada instante.

El día que veas a un niño embobado, atento y admirado de ver volar un pájaro, si vas y le enseñas la palabra "pájaro" para definirlo, el niño se quedará con la palabra pero dejará de ver al pájaro. Krisnamurti dice: "¿Veis cómo los niños miran con admiración a los pájaros? Si les dices un nombre, creerán que todos los pájaros son iguales, puesto que tienen el mismo nombre." Son los nombres los que fijan las cosas. Si no sabemos el nombre de una cosa, nos sentimos desasosegados, como si necesitásemos clasificarla.

Hay que entender que los nombres se les ponen a las cosas porque es necesario en la práctica, pero que es muy peligroso quedarnos en el nombre, como en el concepto, porque es así como funciona la ciencia del bien y del mal, que clasifica sin profundizar. Hay que vomitar la ciencia del bien y del mal -como hacían los místicos para volver a entrar en el Paraíso.

Prueba a verte a ti mismo con ojos nuevos, luego a las personas más cercanas, luego la naturaleza y, así, estarás más cerca de poder ver a Dios.

Extraído del libro Autorealización interior, de Anthony de Mello

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