El ego le quiere aislado. El ego quiere convencerle de que crea en la ilusión de que está aislado. Con cada dolorosa experiencia de soledad, el ego se hace fuerte. Esta falsa creencia la refuerza de manera constante nuestro entorno cultural.
Convencidos de nuestro aislamiento, vemos la vida como una competición.
La competencia aumenta la sensación de estar aislado de los demás y fomenta la ansiedad por lo que hace a nuestro lugar en el mundo. Incapaces de vernos conectados con la suprema inteligencia, la energía de Dios, nuestra ansiedad aumenta y nuestra sensación de soledad nos impulsa a buscar conexiones externas.
La sustitución de conexiones externas por conexiones internas es lo que intentamos hacer mediante la demostración de que somos mejores que otros. La necesidad de demostrar mejor aspecto, conseguir más cosas, juzgar a los demás y encontrar defectos, son todos síntomas de la creencia errónea de que estamos desconectados y solos.
La idea de que estamos solos comienza en un momento temprano de la vida. Sin alguien que nos presente un modelo de vida interior más rica, crecemos experimentando el dolor de la soledad, las heridas y las censuras de nuestros iguales, todo lo cual intensifica la sensación de estar aislado.
El ego se hace cada vez más fuerte en la medida en que integramos en nuestro ser la creencia de que somos seres aislados. Llegamos a convencernos de que la vida física es lo único que hay; pasamos muchísimo tiempo creyendo que somos mejores que otros; nuestra filosofía al relacionarnos es la de ser los primeros en obtener lo mejor de la otra persona. La falta de propósito y significado en la vida se suple con la creencia de que uno nace, compra, sufre y se muere. Puesto que esta ilusión del ego es lo único que existe en la vida, luchar por lo que uno quiere y derrotar a los otros configura el eje de nuestras vidas.
La asunción del aislamiento es tan profunda que convencer a alguien de lo contrario constituye una empresa de grandes proporciones.
No obstante, usted, en su fuero interno, sabe si lo que acaba de leer le describe o no. Y puede tomar la decisión de no continuar permitiendo que su ego le mantenga apartado de su yo espiritual.
Cuando uno abandona las creencias de su ego, se está en el camino de convertirse en una de esas personas a las que Jean Houston, en una entrevista para la New Dimensions Radio, describía: «Apenas si eran narcisistas, apenas egoístas. Apenas si reparaban en su individualidad.
Sencillamente no malgastaban tiempo preocupándose por sus aspectos externos. Estaban enamoradas de la vida. Se encontraban en un estado de compromiso constante con todas las facetas de la vida, cuando la mayoría de las personas son pellejos que transportan pequeños egos».
Si quiere ser como esas primeras personas tiene que conjurar la ilusión de que está aislado de los demás.
La idea que tiene de sí mismo se dará a conocer una y otra vez cuando intente conjurar la ilusión. Y cuando sepa que no está aislado, y la idea de usted mismo se haya desvanecido, experimentará un contento jamás vivido.
Ya no tendrá que competir ni ser mejor que nadie. Ya no necesitará acumular, ni perseguir honores. Habrá dejado atrás una idea que ha cultivado durante la mayor parte de su vida. En lugar de verse como algo distinto de Dios y del universo, vivirá su vida como conexión, no como separación.
El aspecto eterno de su yo podrá entonces influir en su vida. Sentirá su conexión consigo mismo y con toda la existencia.
Extraído del libro Tus Zonas Sagradas, de W.Dyer
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