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Blog del eBook El Maestro de la Realidad

viernes, 12 de enero de 2018

EQUILIBRIO EN LA VIDA



Aléjate de vez en cuando, relájate un poco, porque cuando regreses a tu trabajo, tu juicio será más certero; puesto que si siempre trabajas perderás el discernimiento...

Aléjate, porque el trabajo parecerá menos, en un instante tu perspectiva será mayor, y la falta de armonía o de proporción será mejor percibida.

Leonardo da Vinci (1452-1519)

Leonardo da Vinci, pintor, escultor, arquitecto, músico, ingeniero, matemático y científico italiano, fue uno de los más grandes intelectos de la historia de la humanidad.

Cuando un hombre de la talla de Leonardo da Vinci da algún consejo, estoy dispuesto a escuchar con toda mi atención. Muchos historiadores han dicho de él que es el hombre con la mente más inquieta de todos los tiempos. ¡Eso es todo un cumplido! Sus logros lueron prodigiosos y con frecuencia se dice que fue el iniciador del Renacimiento, el que sacó al hombre de la Edad Oscura.

Para Leonardo todo era un misterio, e indagaba a fondo para comprender las cosas. Estudió la Tierra, el cielo y el firmamento.

Siguió el movimiento de las estrellas e hizo planos para máquinas voladoras, cuatrocientos años antes de que se construyera el primer avión. Era un arquitecto y artista consumado, absorto en el estudio de la naturaleza y de la personalidad humana. Sus retratos eran los mejores que se habían visto hasta entonces, y encarnaban una realidad que captaba la verdadera esencia de los personajes.
Se han escrito muchas páginas sobre la magnificencia de su cuadro La última cena. Ningún personaje escapó a la curiosidad de Leonardo y, en el consejo aquí citado, nos ofrece una herramienta para nuestra propia expresión creativa.

Si piensas en la gran cantidad de trabajo creativo que acumuló Leonardo da Vinci durante su vida, puede que llegues a la conclusión de que era un adicto al trabajo que se pasaba el día pintando, esculpiendo e inventando. No obstante, su consejo demuestra todo lo contrario, y yo también comparto ese punto de vista. Este auténtico hombre del Renacimiento nos está aconsejando que nos alejemos de la rutina diaria y que nos distanciemos para poder ser más eficientes y productivos.

A mi entender, las personas más productivas tienen un gran sentido del equilibrio y de la armonía en sus vidas. Están familiarizadas con su propio ritmo y saben cuándo han de retirarse para descargar a su mente de las preocupaciones del momento. Aquí la palabra clave es «equilibrio». A fin de evitar que algo te consuma, has de poder alejarte de ello. Según Leonardo, en el proceso de distanciamiento empiezas a ver tu trabajo, tu familia o tus proyectos menos cuesta arriba, empiezan a parecerte «menos».

Dejar de mirar un punto fijo y luego volver a mirarlo hace que parezca más pequeño. Pero alejarte y mirarlo con distanciamiento te permitirá ver cosas en las que no habías reparado. De este modo cualquier debilidad o defecto se percibe fácilmente. Aunque Leonardo hable como artista, su consejo también se puede aplicar hoy en día, independientemente de cuál sea tu profesión.

He descubierto que puedo aplicar el consejo de Leonardo en mi trabajo como escritor y orador, al igual que en otros proyectos.

Cuando dejo mis investigaciones y el bloc de notas en el que escribo para irme a correr o sencillamente me ausento durante unos días, a mi regreso, casi de forma mágica, todo parece más claro.

Siempre me sorprenden las revelaciones que tengo cuando dejo mi trabajo. Parece que acuden a mi mente en los momentos en que estoy menos preocupado por el resultado. El gran maestro del Renacimiento nos está diciendo que nos distanciemos, que nos relajemos, que no insistamos tanto, que eliminemos el esfuerzo y nos dejemos guiar por la esencia divina que hay en todos nosotros.

Nos dice: «Relájate un poco, porque cuando regreses a tu trabajo, tu juicio será más certero». Una forma de hacer esto hoy en día es aprender a meditar antes de iniciar cualquier empresa importante, ya sea la planificación de una reunión de negocios, una entrevista de trabajo, una charla o pintar un retrato. El solo hecho de meditar te ayudará a mejorar mucho tu rendimiento. 

En los últimos diez años, no me he presentado delante de una audiencia sin haber pasado antes un mínimo de una hora (por lo general más) meditando. Cuando salgo de mi estado de meditación, me doy cuenta de que puedo salir al estrado o coger mi bolígrafo con la certeza de que estoy conectado con una parte superior de mí mismo que no tiene miedo. Me convierto en un mero observador y todo parece fluir como si la mano de Dios estuviera guiando mi lengua o mi mano.

Ese proceso de distanciamiento te permite relajarte y dar cabida a la intervención divina en tu actividad. Curiosamente, cuanto menos esfuerzo haces para realizar o completar una tarea, parece que tienes más fuerza para llevarla a cabo. Cuando te despreocupas del resultado permites que éste llegue por sí solo. Puedes ver este principio en acción en las actividades de ocio.

Por ejemplo, en una pista de baile tu objetivo no es terminar en un lugar concreto de la pista. En el baile el objetivo es disfrutar, y el lugar donde acabas depende del propio proceso de bailar. Del mismo modo, en un concierto, tu propósito no es llegar al final, sino disfrutar de cada momento. Llegar al final no tiene importancia cuando estás en el proceso. Piensa en cuando comes un plátano.¿Cuál es el propósito? ¿Empezar por un extremo y acabar en el otro o disfrutar de cada bocado? Esto sucede con casi todas las cosas.

Cuando nos relajamos y nos despreocupamos temporalmente, podemos perdernos de forma natural en ese proceso y el resultado llega como por arte de magia.

Leonardo da Vinci nos anima a equilibrar nuestras vidas, sean cuales sean nuestras metas. Implícate en tus actividades, pero trata de disfrutarlas por lo que son, no por sus resultados. Además, has de estar dispuesto a alejarte de ellas cuando sientas que no puedes juzgar con equilibrio o armonía. Al hacer esto consigues una mayor perspectiva y paradójicamente agudizas tu capacidad creativa en lugar de perderla.

Extraído del libro La Sabiduría de todos los tiempos, de W. Dyer


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