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Blog del eBook El Maestro de la Realidad

sábado, 27 de enero de 2018

EN MI MUNDO, NUNCA NADA VA MAL



«En mi mundo, nunca nada va mal.» Estas palabras fueron pronunciadas por Nisargadatta Maharaj en respuesta a una entrevistadora que, exasperada, le pidió a Maharaj que hablara de los problemas de su vida. Para mí, es la afirmación de mayor fuerza que haya oído jamás.

La tengo presente cada día de mi vida y he hecho colgar una reproducción de la misma en un lugar estratégico de mi despacho como recordatorio de su supremo valor.

La entrevistadora insistió en que Nisargadatta tenía que tener problemas  como todos los otros seres humanos. Nisargadatta le dijo:
—Usted no tiene ningún problema, sólo su cuerpo tiene problemas... En su mundo, nada perdura; en el mío, nada cambia.

¿Por qué diría este iluminado maestro que en su mundo nada iba nunca mal? Yo creo que se debía a que estaba hablando desde la posición del espectador comprensivo.

Dentro de todos nosotros existe la dimensión eterna e inmutable de nuestro yo espiritual. Este es el yo invisible que le habla al yo físico. Es el pensador de los pensamientos. Este observador comprensivo no se revela con instrumentos científicos y no aparece en las autopsias.

Cuando uno es realmente capaz de creer en el dominio espiritual del espectador, entonces nada va mal porque el mal no carece de sentido para el observador. Todo tiene su orden. Nada se cuestiona desde esa perspectiva. Es como vivir en el paraíso, donde están la eternidad y el alma, al tiempo que uno se encuentra en el cuerpo físico. Pero en este espacio, el cuerpo no es el centro de la existencia.

No estoy sugiriéndole que se retire y se deshaga de todas sus posesiones materiales con el fin de hallar esa clave para la conciencia superior, aunque, desde luego, es una posibilidad. En cambio, quiero que considere cómo estas palabras de «nunca nada va mal», de «no tener problemas» y de «vivir en el mundo de lo inmutable» pueden aplicar se a su despertar espiritual.

Hay muchísimo que aprender de estas ideas. Cultivar la condición de espectador le pondrá en el sendero donde su yo superior comienza a influir sobre su ego físico en lugar de que suceda lo contrario.

Como dice Maharaj: «Dedícale toda tu atención, examínalo con amoroso cuidado, y descubrirás alturas y profundidades del ser con las que no has soñado, absorto como estás en la insignificante imagen de ti mismo». Estas palabras describen el poder y el valor de cultivar la condición de observador.

La manera de sentir y vivir nuestros apegos y sufrimientos puede cambiarse cuando se aprende a acceder a la actitud del espectador. He aquí las principales ventajas cuando uno traba conocimiento con su observador comprensivo:

1. Cuando usted cultiva la condición de testigo comprensivo, adquiere conciencia de que es algo más que sus pensamientos, sentimientos y sensaciones cotidianos. Usted aprende que es mucho más que un cautivo del conjunto de creencias y comportamientos adquiridos que ha practicado a lo largo de su vida. Adquirirá una visión más amplia de quién es, y esta nueva percepción le conducirá a niveles de vida más elevados.

Le pondrá en contacto con su alma eterna. Al conocer ese yo espiritual, usted será capaz de elevarse a alturas que sus creencias anteriores le impedían ver.

En las relaciones, comenzará a trascender su ego y abandonará la necesidad de tener razón. La simple observación de sí mismo le revelará hasta qué punto son limitadoras las antiguas formas de ser. El espectador comprensivo abrirá la puerta a la comunión espiritual con los seres queridos.

El aprendizaje de cultivar la condición de espectador añadirá nuevas dimensiones a su vida, y le conducirá a una existencia más espiritual y jubilosa.

2. Cuando usted cultiva su condición de espectador comprensivo, adquiere conciencia de que usted es algo más que aquello que le molesta. Al cultivar la condición de observador, la verdad de «en mi mundo nunca nada va mal» se hace evidente.

Uno desarrolla un saber que trasciende lo que llamamos nuestros problemas. El espectador no se identifica con ellos. Los ve como concernientes al cuerpo, y pueden ser resueltos sin desesperación. Distanciándose de ese modo, los problemas no pueden fijarse en su mundo interior.

Usted se volverá casi indiferente porque poseerá el conocimiento de que en ese mundo del cuerpo todo cambia, nada permanece igual. Los problemas también cambiarán. Llegarán y se marcharán. La frase «también esto pasará» adquiere un significado más personal y relevante.

Si aprende a ver las dificultades no como algo que se inscribe en su yo interno sino como manifestaciones pasajeras del mundo de lo físico, cultivará la condición de espectador en el sendero de su búsqueda espiritual...

Extraído del libro Tus Zonas Sagradas, de W.Dyer

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