Si un hombre no lleva el paso con sus compañeros, acaso se deba a
que oye un tambor diferente. Que marche al son de la música que oiga,
por lenta y alejada que resulte.
Henry David THORLAU (1817-1862)
El comentario que más me gusta escuchar de las personas que han leído mis libros o escuchado mis cintas es el siguiente: «Tus palabras me han confirmado que no estoy loco. Me he pasado la vida oyendo cómo la gente me decía que mi forma de pensar no es normal.
Tus palabras han hecho que me dé cuenta de que no es así».
Creo que leyendo a Thoreau tuve exactamente el mismo tipo de revelación.
A menudo me imagino en la piel de Thoreau, viviendo con sencillez en los bosques, siendo autosuficiente y escribiendo lo que siento en el fondo de mi alma. No obstante, más que escribir, la idea de vivir estas ideas, sin importar cómo me miraran o reaccionaran los demás, fue lo que me pareció más noble.
En el interior de cada uno de nosotros hay una voz que susurra: «Acepta el riesgo, persigue tus sueños, vive la vida al máximo, siempre que no hieras a nadie. ¿Por qué no?». En cambio, fuera hay voces que exclaman: «No.seas estúpido, vas a fracasar, sé como los demás, si haces lo que quieres eres egoísta y haces daño a tu prójimo».
El bombardeo continuo de frases como éstas en boca de nuestros congéneres nos fuerza a seguir el mismo camino que ellos, bajo la amenaza de quedar excluidos si no lo hacemos.
He observado que en general la sociedad siempre parece venerar a sus conformistas vivos y a sus agitadores muertos. Todos aquellos que han destacado alguna vez en alguna profesión han seguido su intuición y han procedido haciendo caso omiso de las opiniones ajenas. Esto ha hecho que se los etiquete de rebeldes, incorregibles e incluso inadaptados. No obstante, una vez muertos, son muy respetados. Esto mismo se puede aplicar a Henry David Thoreau, que fue difamado por su postura en su ensayo Sobre la necesidad de la desobediencia civil y encarcelado por negarse a obedecer lo que él consideraba reglas absurdas. Sin embargo, en la actualidad, en todas las universidades e institutos estadounidenses se exige la lectura de sus obras.
El son que escuchas en tu interior es tu conexión con el fin último de tu alma. Y continuarás escuchándolo aunque trates de evitarlo o reprimirlo para acomodarte a la sociedad. Los que te suplican que desfiles al son de la música que ellos siguen suelen ser personas bienintencionadas y que te quieren. Te dirán: «Sólo pienso en tu bien» y «Te habla la voz de la experiencia; te arrepentirás si no sigues mi consejo». Escuchas e intentas por todos los medios ser como todos quieren que seas, pero ese inoportuno tambor que nadie más parece oír resuena levemente en el fondo de tu conciencia. Si sigues desoyéndolo, tu vida se llenará de frustración.
Seguramente aprenderás a «sufrir con comodidad», pero eso será lo máximo a lo que podrás aspirar. Thoreau nos está hablando de nuestra propia autosuficiencia y felicidad. Cualquier cosa que te sientas impulsado a ser o a hacer, la voz de tu alma es la que te está implorando que tengas el valor de escuchar a tu intuición, siempre que no interfiera con el derecho que tienen los demás a realizar su sueño. También las personas que tienes a tu alrededor se sienten impulsadas a seguir un determinado camino, y hemos de permitir que lo hagan libremente, por mucho que a nosotros no nos parezca el más apropiado.
Si todos hubiéramos marchado al mismo son y nunca hubiera habido inconformistas, todavía estaríamos viviendo en cuevas y preparando la misma antigua receta: «Coge el búfalo, desóllalo, quémalo y cómetelo». El progreso se ha producido gracias a las personas que han escuchado a su corazón y han actuado en consecuencia, a pesar de las protestas de los otros.
Tengo ocho maravillosos hijos. ¿No sería estupendo que todos asistieran a mis conferencias, se interesaran por lo mismo que yo y tomaran el relevo cuando yo abandone este mundo? Pero mi mujer y yo somos conscientes de que algunos de ellos no sienten el menor interés por lo que hago y otros nunca parecen tener bastante.
Unos sólo quieren montar a caballo, otros sólo desean cantar y actuar. Uno de mis hijos adora la economía y las cuentas (juf!), y otro, la publicidad y el esquí. Cada uno escucha su propia música, que en algunos casos realmente está muy lejos de la que yo oigo.
He de respetar sus instintos y sus decisiones y limitarme a apartarlos del mal camino hasta que tengan la edad suficiente para hacerlo por sí solos. Yo siempre he seguido mi propio ritmo. Y normalmente no sólo me oponía a mi familia, sino también a mi cultura.
He escrito libros que desafiaban la práctica de la psicología convencional. He dicho en mis libros lo que me dictaba mi sentido común, incluso si era algo diametralmente opuesto a lo que defendía la ortodoxia. Jamás hubiera podido decir a mis oyentes que hicieran las cosas a mi manera, cuando yo siempre he desoído a quienes intentaban sermonearme.
Imagínate caminando por los bosques con Thoreau, en 1840, antes de la Guerra de Secesión. Sus observaciones no se basaban en una filosofía que hubiera leído u oído, sino en su experiencia directa de lo absurdo del conformismo y del horror de ver el trato que el hombre blanco daba a los indios nativos americanos. Sabía que la popular práctica de expulsar a los indios de sus tierras era nuestro propio holocausto, por eso se marchó de la ciudad para vivir en la naturaleza y experimentar la autosuficiencia lejos de las presiones del gran grupo. No siguió el mismo paso que sus coetáneos y fue criticado por eso en su momento.
Sin embargo, el tiempo le ha revelado como uno de esos rebeldes a los que veneramos. Camina con Thoreau en tu propia mente. Sigue a la voz que escuchas en tu interior; presta atención al sonido del tambor y venéralo, a la vez que honras a aquellos que amas. Es el último acto de amor incondicional. Aunque no consigas ninguna medalla mientras vivas, te reconfortará saber que has realizado tu divina misión y que has exhortado a los demás a hacer lo mismo.
Extraído del libro La Sabiduría de todos lo tiempos, de W.Dyer.
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