La mayoría de nosotros creemos que el reconocimiento de cualquier otro individuo supone que en algún determinado lugar nuestra individualidad termina y empieza la del otro. Esta creencia forma parte de nuestro condicionamiento y nos impone muchas limitaciones. Aprendemos desde muy pequeños que «Yo no soy ese otro, porque soy yo mismo».
Si esta pauta se adscribiera a la mente universal, tendríamos un Dios que cesa en el punto donde empieza alguna otra cosa. La palabra «universal» no podría aplicarse entonces porque la energía de Dios no incluiría todas las cosas. Ser universal y reconocer cualquier cosa como exterior a uno mismo sería como negar el propio ser. Así pues, la naturaleza de la inteligencia universal se da en ausencia de personalidad individual.
El espíritu que lo impregna todo es una fuerza vital impersonal que da lugar a todo lo manifestado. El espíritu universal penetra todo el espacio y todo lo manifestado, y nosotros formamos parte de eso. Es como si nos encontráramos en un océano de vida impersonal e intensamente inteligente, que lo rodea todo y está en todo, incluidos nosotros mismos. Aunque has sido condicionado para que creas que es un ser individual, en realidad forma parte de la gran naturaleza universal, que es infinita en cuanto a sus posibilidades.
La inteligencia indiferenciada responde cuando la persona la reconoce. Si crees que el mundo está dirigido por el azar, o por tus propias exigencias personales, la mente universal te presentará una mezcolanza de reacciones, sin ningún orden reconocible. No obstante, cuando dejas de creer que eres una personalidad separada, con inteligencia individual, empiezas a tener una visión mucho más clara.
Desde la perspectiva de una inteligencia que es universal e indiferenciada, pregúntate qué supone para ti la relación con esta mente universal. No puede tener «favoritos» si es verdaderamente la raíz y el soporte de todo y de todos. Al faltarle individualidad, no puede entrar en conflicto con los deseos que albergas. Al ser universal, no puede desvincularse de ti.
Todas estas afirmaciones caracterizan esta mente que todo lo produce como sensible a ti, una vez que comprendes tu relación con ella. Este principio universal, que todo lo impregna, tiene en común contigo la naturaleza. Al solucionar este enigma del ego, adquieres una mayor sabiduría en relación a tu capacidad para aplicar el octavo principio de la manifestación.
No puedes agotar lo que es infinito, de modo que poseerlo significa que tienes la capacidad para diferenciarlo como tu deseo. Tu tarea consiste en poner lo universal a tu alcance, elevándote para ello al nivel de aquello que es universal, en lugar de atraer lo universal hasta un nivel de individualidad mal entendida que esté separada de lo universal. Sólo necesitas reconocerlo para atraerlo hacia ti, en lugar de pedirle que te reconozca y te lleve hasta ello. Todo esto puede parecer un tanto confuso, puesto que los principios que se te han inculcado siempre son otros. Y, sin embargo, es crucial que lo comprendas, antes de continuar por el camino de la manifestación
Extraído del libro Construye tu destino de W. Dyer
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