Los juegos que jugamos
Existe otra clasificación para las relaciones amorosas: se trata de las parejas simétricas o complementarias. En el primer tipo, ninguno de los dos está de acuerdo en estar en el mismo nivel que el otro, ambos son extremadamente competitivos. Cada uno quiere ser un poco más o mejor que el otro y con esto inicia una fuerte competitividad entre ambos; cada uno siente que tiene razón y considera que el otro está equivocado, lo cual provoca peleas constantes. Un excelente ejemplo es la pareja de vida y de trabajo, como los actores Elizabeth Taylor y Richard Burton en la película ¿Quién le teme a Virginia Woolf?; en una reunión con otra pareja que no tiene hijos, ellos inventan uno y durante toda la noche compiten entre sí por el amor de ese hijo inventado y por quién tiene el vínculo más estrecho con él. O, en una versión más reciente de La guerra de los Roses, el matrimonio crea una constante aceleración de eventos entre sí para mostrar, en última instancia, quién tiene el poder.
Otras parejas viven esa dinámica en el ámbito sexual.
Algunas se controlan mutuamente de manera permanente. Unas más se descalifican continuamente, en tanto que en otras, ambos luchan por el poder.
Otras competencias que se suscitan son: ver a quién le va peor o quién está más enfermo; cuál de las dos familias de origen es la mejor, quién gana más de los dos, quién tiene más éxito y quién es mejor en el arte de no dar.
En el ámbito de la pareja parental a veces compiten para ver quién es el mejor padre o la mejor madre. Cuando uno de los dos miembros de esta pareja se diferencia en algo, el otro de inmediato intenta establecer una equidad forzada. El resultado es que estas parejas se espejean.
En el segundo caso, en la complementariedad, uno de los dos tiene que estar en la posición superior, sintiéndose arriba, y el otro en la posición inferior, sintiéndose abajo. Esto genera una fuerte polarización de la relación, en la que, por ejemplo, uno de los dos tiene que ser siempre el fuerte porque el otro es el débil. Cuando uno de los dos se cansa de esa polaridad, intenta salir del juego. Un ejemplo es el del alcohólico y la enfermera, en el que ninguno de los dos logra salir de su esquina, o de su polarización; si recordamos el libro Bajo el volcán, el protagonista era muy creativo para esconder sus botellas, y su mujer igual de creativa para encontrarlas.
En la modalidad de la complementariedad existen otros juegos: el que lo sabe todo y la tonta, situación frecuente entre maestros y alumnas; el médico y la enfermera; el perseguido y la perseguidora, el rico y la bella, el terapeuta y la paciente, el avaro y la gastadora, el rescatador y la rescatada, el protector y la protegida, el depresivo y la optimista, la activa y el pasivo, el que resuelve todo y la incapaz, la emocional y el estoico, y muchas otras variantes. Las posiciones no pueden cambiar, se congelan y la pareja actúa de acuerdo con un estereotipo inamovible.
El actuar de manera activa o pasiva, o el hecho de querer resolver todo siempre o no ser tan capaz no es en sí ni malo ni bueno. Pero cuando este actuar se convierte en los extremos de una relación, cuando los integrantes de una pareja se congelan en uno de estos dos polos sin poder ocupar el otro lugar, surgen muchos conflictos y sufrimientos. El problema se da cuando las posiciones se tornan rígidas y se congelan en el tiempo y en el espacio del vínculo, cuando no se permite otra manera de actuar. En el fondo, en el inconsciente, hay una estimulación negativa (“no me gusta actuar así, pero no logro salir del juego, porque una parte de ese juego también me da poder”), una cierta satisfacción, beneficios primarios (“me siento la víctima”) y secundarios (“convierto al otro en el verdugo y puedo culparlo, sin asumir la responsabilidad por participar también en ese juego”). Por lo general, en las diferentes etapas de nuestra vida funcionamos en alguna de las dos modalidades, a veces en una por más tiempo, y luego entramos en otra. El sufrimiento empieza cuando los juegos se eternizan.
Piensa en las siguientes preguntas:
• ¿A qué tipo de pareja perteneces? ¿Y tu pareja actual o pasada?
• ¿Cuál es el juego que has establecido con tu pareja o parejas?
a) El juego de la complementariedad:
■ ¿Cuáles juegos de complementariedad has jugado?
■ ¿Cuáles han sido las consecuencias en tu vida de pareja?
b) El juego de la simetría:
■ Un juego de simetría que he jugado contigo es...
■ ¿Cuáles han sido las consecuencias en tu vida de pareja?
Si descubres que te has estancado en alguna de las dos modalidades, o actúas siempre desde el mismo polo, te propongo una tarea. Intercambia lugares y roles con tu pareja, ocupen la modalidad de conducta que siempre ha ocupado el otro y tomen conciencia de la pobreza de posibilidades de estar siempre en el mismo polo de los opuestos, donde siempre va a suceder lo mismo, donde el otro se convierte en alguien con una rutina ya conocida, donde no hay aprendizaje, desarrollo ni evolución en la relación.
(Ingala Robl)
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